El Acuerdo Sykes-Picot

 

Alcalde de Jerusalén Hussein Effendi el Husseini, reuniéndose con los sargentos Sedgwick y Hurcomb del Regimiento de Londres, bajo la bandera blanca de la rendición, 9 de diciembre de 1917.

Hace exactamente ciento un años, en 1916, esperando el inminente colapso del Imperio Otomano y para expandir sus esferas de influencia en Oriente Medio, Gran Bretaña y Francia concluyeron un acuerdo secreto con el consentimiento de la Rusia zarista. Dicho acuerdo, conocido por sus negociadores. François Georges-Picot (cónsul francés en Beirut antes de la IGM y después en El Cairo, y miembro del Partido colonial francés) era un firme defensor de la «Siria integral» o la «Gran Siria» bajo el poder colonial francés y Sir Mark Sykes (asesor diplomático y miembro del Partido Conservador británico) definieron la división y el desmembramiento de las provincias árabes del Imperio Otomano y las futuras zonas de influencia de cada país.

Dicho acuerdo fue tan secreto que los árabes nunca fueron informados hasta que los bolcheviques descubrieron tal hecho tras la caída del Zar y lo publicaron en 1917 en los diarios Izvetia y Pravda. Desde entonces, dicho acuerdo se convirtió en Oriente Medio en el símbolo del imperialismo y la partición arbitraria. Una línea imaginaria en la arena trazada desde Acre (Palestina) hasta Kirkuk (Iraq) repartió el botín. En total establecieron cinco zonas: Francia controlaría lo que hoy sería Siria y su zona costera y ejercería su influencia hacia el este hasta Mosul, Reino Unido obtuvo Basora y Bagdad y un ámbito de influencia hasta lo que se convertiría en Irán. Palestina quedaría bajo mandato internacional. Las lenguas, las culturas, los diferentes clanes y tribus de la región quedaron fuera de la ecuación.

EL CAMINO A SYKES-PICOT

Desde principios del siglo XIX, la presencia occidental había ido creciendo en el Imperio Otomano. Una red de influencia que se manifestó en el desarrollo de las escuelas misioneras, las sociedades culturales, el uso de lenguas extranjeras especialmente francesas en materia administrativa, pero también a través de la colonización: Francia gobernaba Argelia donde implementaba una política de división y regla y Gran Bretaña había incautó a Aden. Además, Francia y Rusia, ambos se habían ordenado como protectores de las poblaciones católicas y ortodoxas del Imperio.

Esta presencia creció aún más después de la Guerra de Crimea. El Imperio Otomano estaba endeudado y dependía de los acuerdos financieros con las potencias extranjeras para mantenerse a flote, lo que puso a los banqueros y financieros en el centro de los asuntos. Paralelamente, Francia y Gran Bretaña comenzaron a trabajar intensamente para instalar el control exclusivo sobre parte de las provincias árabes del Imperio. Para el final delsiglo, ambas potencias habían expandido sus imperios más allá, Gran Bretaña controlaba Egipto y Chipre, así como Francia, había establecido un protectorado en Túnez (le seguiría Marruecos  en 1912).

La alianza entre Alemania y el Imperio se estaba materializando en el proyecto ferroviario otomano. Sin embargo, los proyectos de expansión del ferrocarril a comienzos del siglo XX arrojaron una sombra sobre Gran Bretaña y Francia, que estaban a la vez ansiosas por defender sus intereses. Por lo tanto, los ferrocarriles se convirtieron en el tema de una feroz competencia en cuanto a quién obtendría el control sobre él o al menos sobre las diversas fracciones de este. Cada poder negocia sus títulos exclusivos para las fracciones que pasan por sus zonas de interés: Siria y Líbano para Francia y Mesopotamia y Palestina para Gran Bretaña. Ambas potencias eventualmente entendieron que tenían que negociar juntas para presentar un frente común. Para obtener lo que querían, Gran Bretaña llegó a impedir que el Imperio conectara el Hedjaz con Aqaba pidiendo que el Sinaí formara parte de Egipto y no de Palestina para no arriesgar el Canal de Suez.

En 1911, Italia decidió que quería su propia participación y atacó al Imperio para apoderarse de Libia. Las derrotas del Imperio en Libia y en los Balcanes fueron consideradas por Francia y Gran Bretaña como pruebas de la desaparición del Imperio, por lo que, desde 1912, comenzaron a negociar el futuro de Siria.

En la víspera de la Primera Guerra Mundial, y la Correspondencia Hussein-McMahon, el Imperio fue de facto la escena de un juego de partición económica y esferas de influencia cultural y religiosa. La guerra y la alianza otomana con Alemania eventualmente brindaron a Francia y Gran Bretaña la oportunidad de expulsar a los otros pretendientes y formalizar políticamente una situación y negociaciones en curso que comenzaron mucho antes.

Acabada la Primera Guerra Mundial y con el Imperio Otomano volatilizado, la Conferencia de Paz de París y el Tratado de Sèvres acabaron de perfilar las fronteras de Oriente Medio, a miles de quilómetros de sus habitantes. Si África se había repartido con tiralíneas, ¿por qué no se iba a hacer lo mismo ahora? Reino Unido obtuvo Palestina, Iraq y Transjordania bajo mandato de la Sociedad de Naciones, y Francia se quedó con Siria, la partió y creó el Líbano.

Sir Mark Sykes y  Charles François Georges-Picot trazaron sobre un mapa una línea que unía Acre (Palestina) y Kirkuk (Irak): el norte sería para Francia; el sur, para Reino Unido. El 16 de mayo de 1916 se firmaba el acuerdo secreto de Sykes-Picot que dividía las provincias otomanas de Oriente Próximo en cinco zonas: una bajo control francés y otra británico; dos bajo influencia francesa y británica respectivamente, y una quinta en Palestina bajo control internacional. Inicialmente también participaba Rusia, que recibiría Estambul, los estrechos turcos y Armenia, pero tras la Revolución de Octubre el acuerdo fue denunciado por los diarios Izvestia y Pravda el 23 de noviembre de 1917 y, tres días después, por el británico The Manchester Guardian.

En enero de 1919, tuvo lugar la Conferencia de Paz de París, donde los países vencedores, bajo el liderazgo del presidente de Estados Unidos, Thomas Woodrow Wilson, y los primeros ministros británico y francés, Frank Lloyd George y Georges Clemenceau, respectivamente, diseñaron las condiciones de la paz y reconocieron el Acuerdo Sykes-Picot. El Estado árabe y la patria nacional para el pueblo judío se esfumaban ante la voracidad imperial de británicos y franceses.

Pero fue en el Tratado de Sèvres (agosto de 1920) donde se definió casi definitivamente el nuevo Oriente Próximo: Turquía quedaba reducida a la península de Anatolia y Estambul; y, como mandatos de la Sociedad de Naciones, Reino Unido obtenía Palestina, Irak y Transjordania, ocupada por los británicos y tropas árabes en 1917; y Francia obtenía Siria, de la que segregó Líbano.

Sèvres preveía la creación de un Estado kurdo, pero la ocupación de Estambul en 1920 por las tropas aliadas produjo una reacción nacionalista. Mustafa Kemal Atatürk convocó una Asamblea Nacional en Ankara que no reconoció el tratado. La posterior guerra civil concluyó con la abolición del sultanato y el califato y la proclamación de la república. El Tratado de Lausana (julio de 1923) reconocía las nuevas fronteras de Turquía y ampliaba el mandato británico de Irak con la región kurda de Mosul. El descubrimiento de petróleo puso fin al posible Estado kurdo y favoreció la creación, en 1929, de la Iraq Petroleum Company (IPC).

Trazados, tutelas y aliados

En 1923, Londres creó en Transjordania (“Tierra de más allá del Jordán”, nombre rescatado de las Cruzadas) un emirato que cedió a Abdallah, hijo de Hussein –el emir hachemí de La Meca– y hermano de Faysal. Era una creación artificial y sin fundamentos históricos, pero que impedía la proyección de la Gran Siria hacia el sur (separaba Siria y Palestina de Arabia Saudí y mantenía una salida al mar Rojo por Aqaba) y confinaba la presencia francesa a Líbano y Siria. En el este, un gran brazo desértico lo unía con el mandato de Irak; y en el oeste, el río Jordán hacía de frontera con Palestina. Las fronteras fueron una fuente de disputas que llevó, en 1928, a la formación de un protectorado, que serviría de base a la Legión Árabe. Al mando de oficiales británicos, se convirtió en la principal fuerza militar de Londres en Oriente Próximo. Tras la independencia en 1946, la Legión Árabe permaneció al servicio de Abdallah I, que  mantendría un tratado de defensa con Reino Unido hasta 1957, y de los intereses británicos.

En Irak, Londres instauró en 1921 una monarquía tutelada en la persona del rey Faysal (hijo de Hussein y frustrado rey de Siria porque París se negó a instaurar una monarquía en Damasco). La ocupación provocó movimientos de resistencia y la oposición de los ulemas chiíes de Basora. En el norte, la primera revuelta kurda fue sofocada por la Royal Air Force (RAF) que bombardeó Sulaimaniya en 1930. Tras la independencia (1932),  Londres tuteló el nuevo país y “nombró” primer ministro a Nuri al Said, un fiel representante de los intereses británicos.

Palestina pasó a ser mandato británico en 1922. Reino Unido favoreció la inmigración de colonos judíos que continuaron adquiriendo tierras. Se precarizó así la situación de los campesinos árabes, se alteró la proporción demográfica y religiosa (en 1914 había un 79,5% de musulmanes, un 11,6% de judíos y un 8,1% de cristianos; en 1941, un 59,7% era musulmán, un 31,2% judío y un 8,3% cristiano) y se produjeron enfrentamientos entre árabes (musulmanes y cristianos) y judíos, que culminaron en la Gran Revuelta Árabe de 1936-39 (7.000 víctimas) y en la aparición de organizaciones paramilitares sionistas (Irgun, Stern) que también atentaban contra los británicos.

Acabada la Segunda Guerra mundial aumentaron la inmigración judía, las tensiones y la violencia de los paramilitares sionistas, al tiempo que se formaron legiones de voluntarios árabes. La situación era insostenible y Londres trasladó a la ONU su intención de dejar Palestina. En noviembre de 1947, la ONU aprobó un plan de partición de Palestina que preveía la formación de dos Estados, uno judío y otro árabe, y un régimen internacional para Jerusalén. Pero la resolución 181 nunca se aplicó, porque estallo la primera guerra árabe-israelí tras la declaración unilateral de independencia de Israel en mayo de 1948.

La presencia francesa también fue contestada desde el primer momento y, durante la Segunda Guerra mundial, Londres acusó al gobierno de Vichy de apoyar desde Siria a los nacionalistas iraquíes. Tras derrotar a las tropas colaboracionistas, el gobierno de la Francia libre concedió la independencia formal a Siria y Líbano en 1943. Pero París y Londres mantuvieron tropas en Siria hasta 1946, año en el que salieron también las últimas tropas francesas de Líbano.

En la península Arábiga, el Imperio otomano solo tenía un dominio efectivo del litoral y su hinterland. Desde el siglo XVIII, Londres controlaba o mantenía concesiones a cambio de protección militar en puertos estratégicos de la ruta a India: Kuwait (1776), Omán (1798), Bahréin (1820), Adén (1839). Entre 1924 y 1925, Abd al-Aziz III ibn Saud, imán de los wahabíes, conquistó y expulsó de las ciudades santas de Medina y La Meca a la dinastía hachemí. En 1927, proclamó el primer reino wahabí de Arabia (desde 1932 reino de Arabia Saudí). Fue reconocido por la Unión Soviética, Francia y Reino Unido, pero su puesta de largo fue la alianza de 1945 con el presidente Franklin D. Roosevelt, no cuestionada ni tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington DC. Esta alianza definió las bases internacionales del nuevo Estado: Arabia Saudí obtenía la protección del país más poderoso del mundo a cambio de garantizar las exportaciones de petróleo y la fidelidad a Washington. Desde entonces, el wahabismo oficial sustituyó la yihad ofensiva por la influencia cultural wahabí sobre asociaciones pietistas y salafistas que, en algunos casos, se radicalizaron en la segunda mitad del siglo XX propiciando el surgimiento de Al Qaeda y Estado Islámico (EI).

Líneas imaginarias, problemas reales

En suma, la creación de los mandatos cercenó cualquier posibilidad de un Estado árabe independiente con capital en Damasco, y las fronteras posteriores al Imperio otomano quedaron definidas por el Acuerdo de Sykes-Picot (y Lausana). Se trazaron líneas imaginarias en el desierto y en los mapas según los intereses y las codicias territoriales de franceses y británicos. Se olvidaron las promesas de un Estado árabe independiente en la Gran Siria (Arabia, Siria, Líbano, Palestina, Jordania e Irak) así como las aspiraciones kurdas. Y se ignoró el genocidio armenio. Se trocearon provincias, comunidades e incluso mandatos (Siria fue dividida en cuatro administraciones: Damasco, Alepo, el jabal druso y el Estado alauí de Latakia). Se manipularon las diferencias étnicas y religiosas para minar la resistencia a la colonización (Francia utilizó las minorías cristiana maronita y drusa para segregar Líbano). Se cedieron territorios a Turquía… Y surgieron así parte de los problemas posteriores: conflicto de Palestina; guerra civil en Líbano; conflictos de fronteras (Irak, Kuwait, Siria, Irán…) o de legitimidad (Jordania) o de frustración histórica… En definitiva, los mandatos refrendaron Sykes-Picot y fueron un instrumento del colonialismo franco-británico para salvaguardar sus intereses (económicos o geoestratégicos) en Oriente Próximo. Los mandatos se legitimaron, además, con la formación de gobiernos de notables árabes o reyes importados de La Meca.

Fuentes: Estudios de Política Exterior/Orient XXI